miércoles, 7 de mayo de 2025

LA CARA B DE HOLLYWOOD

LOLITAS EN EL CINE

Publicada en 1955, la novela de Vladimir Nabokov Lolita, un título embarrado por la polémica propia de presentar la obsesión sexual de un hombre adulto por una niña de doce años de quien acabará siendo su padrastro, no solo se convertiría con el tiempo en una obra de culto celebrada como obra maestra de la literatura universal contemporánea, sino que serviría para dar con la palabra utilizada para definir desde ese momento a las chicas adolescentes con un elevado componente erótico y maduro en su forma de ser y comportarse, así como poseedoras de una presencia física e intelectual marcada por una enorme sensualidad, creándose de esta manera una controvertida dicotomía entre la niña que es y la mujer que aparenta ser. Y es que desde ese momento estas muchachas serían denominadas como Lolitas.

Stanley Kubrick, amigo de embarcarse en proyectos marcados por su carácter polémico y transgresor, no dejaría pasar la oportunidad de adaptar al cine la novela de Nabokov, estrenando su adaptación de la misma en 1962 y siendo este uno de esos títulos que siempre se recuerdan y ponen sobre la mesa a la hora de hablar de películas presididas por la controversia y el debate, siendo atacada en el momento de su estreno tanto por la iglesia católica como por los estamentos más conservadores dentro de Estados Unidos, suponiendo la disputa entre autor y censores uno de los motivos que provocarían que Kubrick acabara mudándose de manera permanente a Reino Unido. De nada serviría modificar alguno de los diálogos más ofensivos de la película o hacer que el personaje de Lolita pasará de tener doce a catorce años y fuera interpretada por una Sue Lyon que por aquel entonces contaba con dieciséis años, Lolita se postularía para ciertos sectores de potenciales espectadores como sinónimo de polémica e incluso en algún caso de depravada obra visual. En el caso de la joven actriz encargada de dar vida a este personaje decir que tras una prometedora década de los sesenta trabajando para directores como John Huston, John Ford, Gordon Douglas o Irvin Kershner además del propio Kubrick, acabaría apareciendo en discretas producciones de serie B en los años setenta para dejar definitivamente la interpretación en 1978.

Kubrick sería de esta manera el primer cineasta en utilizar la figura de la Lolita en su nueva acepción no exenta de un alto componente sexual, no siendo sin embargo el único caso de una película donde este tipo de personaje tiene un peso fundamental en la trama. De hecho en 1997 se estrenaría un remake del título de Stanley Kubrick dirigido por un Adrian Lyne al que siempre le ha gustado jugar en su cine con el sexo en su vertiente más polémica, como hiciera en títulos como 9 semanas y media, Atracción fatal, Una proposición indecente o Infiel. En esta ocasión sería Dominique Swain quien se estrenara delante de las cámaras dando vida al objeto de deseo de un profesor Humbert interpretado por Jeremey Irons, estando la carrera cinematográfica de esta intérprete, y a pesar de lo potente de su primera aparición en pantalla, presidida en lo sucesivo por películas de serie Z. Destacar asimismo que en esta nueva versión la encargada de dar vida al personaje de Charlotte Haze sería Melanie Griffith, quien curiosamente había dado vida en sus primeras apariciones en cine a personajes con aura de Lolita, como sucede con la Schuyler Devereaux de Con el agua al cuello o la Delly Grastner de La noche se mueve, donde trataría de seducir a pesar de su juventud, todavía no había cumplido la mayoría de edad, a dos titanes cinematográficos de la talla de Paul Newman y Gene Hackman.

Si hablamos del término Lolita en el cine obvio es que no podemos dejarnos de lado el papel de prostituta de Jodie Foster en Taxi driver, quien con tan solo trece años dejaría constancia de su enorme talento interpretativo logrando crear un personaje que lamentablemente para la actriz traspasaría las pantallas del cine, pasando de esta manera de tratar de seducir en la ficción al icónico Travis Bickle al que da vida Robert De Niro a realmente llegar a enloquecer a un John Hinckley Jr. quien, obsesionado con la actriz tras verla en la película de Martin Scorsese, atentaría contra la vida del Presidente Ronald Reagan para así tratar de llamar la atención de la futura Clarence Starling de El silencio de los corderos. Coetánea de Jodie Foster sería una Brooke Shields que revolucionaría las plateas de cine debido a sus controvertidos papeles en La pequeña o El lago azul, donde jugaría al despiste haciendo uso de un rostro aniñado y lleno de inocencia frente a unas intenciones de mujer adelantada a su edad. Shields interpretaría ambos títulos con apenas trece y quince años, lo que multiplicaría la polémica que en especial suscitaría la cinta de Louis Malle, en la que da vida a una precoz prostituta con vivencias de adulta y cuerpo de niña.

Llegados ya los ochenta seríamos testigos del inicio de la carrera de una Jennifer Connelly que en sus primeros papeles en películas del calado de Erase una vez en América o Dentro del Laberinto usaría efectivamente ademanes de Lolita, especialmente en el testamento cinematográfico de Sergio Leone, donde detrás de esa imagen inicial que proyecta su personaje de niña apocada y aficionada a la danza se escondía una madurez y descaro capaz de desarmar a un joven con capacidad para ganarse la vida en las calles de la Manhattan de 1920 dejando para ello de lado una ética y una moral que sin embargo quedaban en nada a cada nuevo encuentro con ese primer amor de juventud representado por la actriz de Una mente maravillosa.  

En el caso de la Kirsten Dunst de Entrevista con el vampiro la imagen de vampiresa, nunca mejor dicho, ofrecida por la jovencísima actriz, de tan solo doce años en el momento de filmar la película, tiene trampa, y es que si bien presenta cuerpo y rostro de niña, es toda una mujer con más de seis décadas a sus espaldas, lo que genera un antagonismo entre su comportamiento, propio de la adulta que es, y su aspecto de niña de dorados rizos al más puro estilo Shirley Temple, logrando merendarse en escena a galanes con las hechuras y experiencia de Tom Cruise, Brad Pitt o nuestro Antonio Banderas.

Otra actriz que, como en el caso de Jodie Foster, lograría impactar en el público gracias a Martin Scorsese sería Juliette Lewis, quien en El cabo del miedo daría vida a una adolescente capaz de jugar de tú a tú con un desalmado psicópata tatuado a quien volvería a dar vida Robert de Niro, siendo representativa la escena, improvisada por cierto, en la que el personaje de Max Cady, el villano de la función, introduce con lascivia el pulgar en la boca de la joven, a la sazón la hija de su víctima, dando como resultado que el seductor acabe siendo seducido por la niña. Y si hablamos de relaciones con cierto poso de antinaturales entre un psicópata y una niña, en España tendríamos un ejemplo perfecto con la desasosegante Desvío al paraíso, donde Charles Dance compone un enorme villano cuyo único talón de Aquiles es su interés por Sara, la hija de una de las mujeres que vive en el edificio residencial donde este hombre trata de ocultarse.

Mena Suvari legaría una de esas imágenes icónicas en el cine gracias a la secuencia en la que aparece desnuda en un mar de pétalos rojos, siendo nuevamente el objeto de deseo de un hombre de mediana edad, una de las directrices que marcan en ocasiones la irrupción de estas Lolitas cinematográficas, contraponiéndose el deseo de ellas por abordar comportamientos y situaciones propias de los adultos que todavía no son mientras que en el caso de ellos, hombres en mitad de la crisis de la mediana edad, les mueve esa necesidad de seguir resultando atractivos para el sexo femenino, y que mejor si este sentimiento se desata en unas jóvenes en sus primeros escarceos amorosos. Y esa irrupción en escena tan pictórica por parte de la actriz de American Pie en mitad de una cama de rosas nos retrotrae a la presentación en sociedad de una Uma Thurman de dieciocho años replicando en Las aventuras del barón Munchausen la obra de Sandro Botticelli El nacimiento de Venus.

Pero si hablamos de Lolitas en el cine no podemos dejar de lado las primeras apariciones en la pantalla de Natalie Portman, quien con tan solo doce años seduciría a un letal y maduro asesino en Leon, el profesional, creándose entre ambos personajes una relación de índole sentimental tan evidente que hubo de rebajarse la misma en la mesa de montaje dejando en la misma escenas que no dejaban lugar a dudas del tipo de relación existente entre ambos personajes. Portman postergaría además su figura de máximo exponente de la figura de Lolita de los noventa con su papel en Beautiful Girls, donde su personaje seguiría mostrando intereses románticos por hombres mucho más maduros que ella. Finalmente, y tal vez por dejar de lado esta imagen de niña rompecorazones acabaría claudicando en una relación sentimental donde ella sería cinco años mayor que su pareja, todo ello dando vida al personaje de Padmé Amidala en la segunda trilogía de Star Wars dirigida por George Lucas.

Otra actriz que en sus primeros papeles lindaría con el rol de Lolita sería una Winona Ryder que gracias a sus primeras apariciones, especialmente en la biográfica Gran bola de fuego, donde interpreta al interés romántico del artista Jerry Lee Lewis, quien realmente se casaría con una prima leja de apenas trece años, así como en Bitelchus, donde se trae un juego nada sano con el personaje al que da vida Michael Keaton, jugaría con esa imagen de niña de madurez antinatural. Imagen que en cierta manera trasladaría a su vida personal en el momento en que con diecinueve años se convirtiera en la novia de un Johnny Deep casi diez años mayor.

Sería otra adaptación literaria la que nos traería otro de los grandes exponentes de Lolita en el cine, en esta ocasión gracias a la obra de marcados tintes autobiográficos escrita por Marguerite Duras El amante, la cual sería adaptada para la pantalla grande por Jean Jacques Annaud. En esta ocasión la relación sentimental tendría lugar entre un maduro comerciante chino y una colegiala francesa de quince años en la Indochina francesa de finales de los años veinte, siendo la actriz y modelo inglesa Jean March quien de vida a esta joven, debutando de esta manera en el cine con un papel eminentemente controvertido y jugando en títulos posteriores como sucede con El color de la noche con esa imagen dual que tan bien transmite la intérprete de fragilidad y sensualidad.

La lista de ejemplos sería enormemente amplia, pudiendo de alguna manera incluir en la misma a la Drew Barrymore de Poison Ivy, la Reene Whiterson de Verano en Louisiana o la Chloë Grace Moretz de Kick-Ass por poner solo unos pocos ejemplos. Pero por aquello de cerrar el círculo concluiremos este recorrido con el personaje de Leelee Sobiesky en Eyes Wide Shut, dirigida por el mismo Stanley Kubrick que casi cuarenta años atrás estrenara Lolita, siendo esta de hecho su obra póstuma, y donde el papel de la intérprete de dieciséis años quedaría en el recuerdo de un título plagado de sexualidad, perversión y amoralidad, todo ello a pesar de dar vida a un personaje eminentemente secundario. Y si queremos que no queden fisuras en este cierre decir que Leelee Sobiesky audicionaría en su día para hacerse con el papel de Claudia en Entrevista con el vampiro, el cual acabaría interpretando Kirsten Dunst. Ahora sí, todo encaja. 

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