LOLITAS EN EL CINE
Publicada en 1955, la novela de
Vladimir Nabokov Lolita, un título embarrado por la polémica propia de
presentar la obsesión sexual de un hombre adulto por una niña de doce años de
quien acabará siendo su padrastro, no solo se convertiría con el tiempo en una
obra de culto celebrada como obra maestra de la literatura universal
contemporánea, sino que serviría para dar con la palabra utilizada para definir
desde ese momento a las chicas adolescentes con un elevado componente erótico y
maduro en su forma de ser y comportarse, así como poseedoras de una presencia
física e intelectual marcada por una enorme sensualidad, creándose de esta
manera una controvertida dicotomía entre la niña que es y la mujer que aparenta
ser. Y es que desde ese momento estas muchachas serían denominadas como
Lolitas.
Stanley Kubrick, amigo de embarcarse
en proyectos marcados por su carácter polémico y transgresor, no dejaría pasar
la oportunidad de adaptar al cine la novela de Nabokov, estrenando su
adaptación de la misma en 1962 y siendo este uno de esos títulos que siempre se
recuerdan y ponen sobre la mesa a la hora de hablar de películas presididas por
la controversia y el debate, siendo atacada en el momento de su estreno tanto
por la iglesia católica como por los estamentos más conservadores dentro de
Estados Unidos, suponiendo la disputa entre autor y censores uno de los motivos
que provocarían que Kubrick acabara mudándose de manera permanente a Reino Unido.
De nada serviría modificar alguno de los diálogos más ofensivos de la película
o hacer que el personaje de Lolita pasará de tener doce a catorce años y fuera
interpretada por una Sue Lyon que por aquel entonces contaba con dieciséis
años, Lolita se postularía para ciertos sectores de potenciales espectadores
como sinónimo de polémica e incluso en algún caso de depravada obra visual. En
el caso de la joven actriz encargada de dar vida a este personaje decir que tras
una prometedora década de los sesenta trabajando para directores como John
Huston, John Ford, Gordon Douglas o Irvin Kershner además del propio Kubrick,
acabaría apareciendo en discretas producciones de serie B en los años setenta
para dejar definitivamente la interpretación en 1978.
Kubrick sería de esta manera el primer
cineasta en utilizar la figura de la Lolita en su nueva acepción no exenta de
un alto componente sexual, no siendo sin embargo el único caso de una película
donde este tipo de personaje tiene un peso fundamental en la trama. De hecho en
1997 se estrenaría un remake del título de Stanley Kubrick dirigido por un
Adrian Lyne al que siempre le ha gustado jugar en su cine con el sexo en su
vertiente más polémica, como hiciera en títulos como 9 semanas y media, Atracción
fatal, Una proposición indecente o Infiel. En esta ocasión sería Dominique
Swain quien se estrenara delante de las cámaras dando vida al objeto de deseo
de un profesor Humbert interpretado por Jeremey Irons, estando la carrera
cinematográfica de esta intérprete, y a pesar de lo potente de su primera
aparición en pantalla, presidida en lo sucesivo por películas de serie Z.
Destacar asimismo que en esta nueva versión la encargada de dar vida al
personaje de Charlotte Haze sería Melanie Griffith, quien curiosamente había
dado vida en sus primeras apariciones en cine a personajes con aura de Lolita,
como sucede con la Schuyler Devereaux de Con el agua al cuello o la Delly
Grastner de La noche se mueve, donde trataría de seducir a pesar de su
juventud, todavía no había cumplido la mayoría de edad, a dos titanes
cinematográficos de la talla de Paul Newman y Gene Hackman.
Si hablamos del término Lolita en el
cine obvio es que no podemos dejarnos de lado el papel de prostituta de Jodie
Foster en Taxi driver, quien con tan solo trece años dejaría constancia de su
enorme talento interpretativo logrando crear un personaje que lamentablemente
para la actriz traspasaría las pantallas del cine, pasando de esta manera de
tratar de seducir en la ficción al icónico Travis Bickle al que da vida Robert
De Niro a realmente llegar a enloquecer a un John Hinckley Jr. quien,
obsesionado con la actriz tras verla en la película de Martin Scorsese,
atentaría contra la vida del Presidente Ronald Reagan para así tratar de llamar
la atención de la futura Clarence Starling de El silencio de los corderos. Coetánea
de Jodie Foster sería una Brooke Shields que revolucionaría las plateas de cine
debido a sus controvertidos papeles en La pequeña o El lago azul, donde jugaría
al despiste haciendo uso de un rostro aniñado y lleno de inocencia frente a
unas intenciones de mujer adelantada a su edad. Shields interpretaría ambos
títulos con apenas trece y quince años, lo que multiplicaría la polémica que en
especial suscitaría la cinta de Louis Malle, en la que da vida a una precoz prostituta
con vivencias de adulta y cuerpo de niña.
Llegados ya los ochenta seríamos
testigos del inicio de la carrera de una Jennifer Connelly que en sus primeros
papeles en películas del calado de Erase una vez en América o Dentro del
Laberinto usaría efectivamente ademanes de Lolita, especialmente en el
testamento cinematográfico de Sergio Leone, donde detrás de esa imagen inicial
que proyecta su personaje de niña apocada y aficionada a la danza se escondía
una madurez y descaro capaz de desarmar a un joven con capacidad para ganarse
la vida en las calles de la Manhattan de 1920 dejando para ello de lado una
ética y una moral que sin embargo quedaban en nada a cada nuevo encuentro con
ese primer amor de juventud representado por la actriz de Una mente
maravillosa.
En el caso de la Kirsten Dunst de
Entrevista con el vampiro la imagen de vampiresa, nunca mejor dicho, ofrecida
por la jovencísima actriz, de tan solo doce años en el momento de filmar la
película, tiene trampa, y es que si bien presenta cuerpo y rostro de niña, es
toda una mujer con más de seis décadas a sus espaldas, lo que genera un
antagonismo entre su comportamiento, propio de la adulta que es, y su aspecto
de niña de dorados rizos al más puro estilo Shirley Temple, logrando merendarse
en escena a galanes con las hechuras y experiencia de Tom Cruise, Brad Pitt o
nuestro Antonio Banderas.
Otra actriz que, como en el caso de
Jodie Foster, lograría impactar en el público gracias a Martin Scorsese sería
Juliette Lewis, quien en El cabo del miedo daría vida a una adolescente capaz
de jugar de tú a tú con un desalmado psicópata tatuado a quien volvería a dar
vida Robert de Niro, siendo representativa la escena, improvisada por cierto,
en la que el personaje de Max Cady, el villano de la función, introduce con
lascivia el pulgar en la boca de la joven, a la sazón la hija de su víctima,
dando como resultado que el seductor acabe siendo seducido por la niña. Y si
hablamos de relaciones con cierto poso de antinaturales entre un psicópata y
una niña, en España tendríamos un ejemplo perfecto con la desasosegante Desvío
al paraíso, donde Charles Dance compone un enorme villano cuyo único talón de
Aquiles es su interés por Sara, la hija de una de las mujeres que vive en el edificio
residencial donde este hombre trata de ocultarse.
Mena Suvari legaría una de esas
imágenes icónicas en el cine gracias a la secuencia en la que aparece desnuda
en un mar de pétalos rojos, siendo nuevamente el objeto de deseo de un hombre
de mediana edad, una de las directrices que marcan en ocasiones la irrupción de
estas Lolitas cinematográficas, contraponiéndose el deseo de ellas por abordar
comportamientos y situaciones propias de los adultos que todavía no son
mientras que en el caso de ellos, hombres en mitad de la crisis de la mediana
edad, les mueve esa necesidad de seguir resultando atractivos para el sexo
femenino, y que mejor si este sentimiento se desata en unas jóvenes en sus
primeros escarceos amorosos. Y esa irrupción en escena tan pictórica por parte
de la actriz de American Pie en mitad de una cama de rosas nos retrotrae a la
presentación en sociedad de una Uma Thurman de dieciocho años replicando en Las
aventuras del barón Munchausen la obra de Sandro Botticelli El nacimiento de
Venus.
Pero si hablamos de Lolitas en el cine
no podemos dejar de lado las primeras apariciones en la pantalla de Natalie
Portman, quien con tan solo doce años seduciría a un letal y maduro asesino en
Leon, el profesional, creándose entre ambos personajes una relación de índole
sentimental tan evidente que hubo de rebajarse la misma en la mesa de montaje
dejando en la misma escenas que no dejaban lugar a dudas del tipo de relación
existente entre ambos personajes. Portman postergaría además su figura de máximo
exponente de la figura de Lolita de los noventa con su papel en Beautiful Girls,
donde su personaje seguiría mostrando intereses románticos por hombres mucho
más maduros que ella. Finalmente, y tal vez por dejar de lado esta imagen de
niña rompecorazones acabaría claudicando en una relación sentimental donde ella
sería cinco años mayor que su pareja, todo ello dando vida al personaje de
Padmé Amidala en la segunda trilogía de Star Wars dirigida por George Lucas.
Otra actriz que en sus primeros
papeles lindaría con el rol de Lolita sería una Winona Ryder que gracias a sus primeras
apariciones, especialmente en la biográfica Gran bola de fuego, donde
interpreta al interés romántico del artista Jerry Lee Lewis, quien realmente se
casaría con una prima leja de apenas trece años, así como en Bitelchus, donde
se trae un juego nada sano con el personaje al que da vida Michael Keaton,
jugaría con esa imagen de niña de madurez antinatural. Imagen que en cierta
manera trasladaría a su vida personal en el momento en que con diecinueve años
se convirtiera en la novia de un Johnny Deep casi diez años mayor.
Sería otra adaptación literaria la que
nos traería otro de los grandes exponentes de Lolita en el cine, en esta
ocasión gracias a la obra de marcados tintes autobiográficos escrita por
Marguerite Duras El amante, la cual sería adaptada para la pantalla grande por
Jean Jacques Annaud. En esta ocasión la relación sentimental tendría lugar
entre un maduro comerciante chino y una colegiala francesa de quince años en la
Indochina francesa de finales de los años veinte, siendo la actriz y modelo inglesa
Jean March quien de vida a esta joven, debutando de esta manera en el cine con un
papel eminentemente controvertido y jugando en títulos posteriores como sucede
con El color de la noche con esa imagen dual que tan bien transmite la
intérprete de fragilidad y sensualidad.
La lista de ejemplos sería enormemente amplia, pudiendo de alguna manera incluir en la misma a la Drew Barrymore de Poison Ivy, la Reene Whiterson de Verano en Louisiana o la Chloë Grace Moretz de Kick-Ass por poner solo unos pocos ejemplos. Pero por aquello de cerrar el círculo concluiremos este recorrido con el personaje de Leelee Sobiesky en Eyes Wide Shut, dirigida por el mismo Stanley Kubrick que casi cuarenta años atrás estrenara Lolita, siendo esta de hecho su obra póstuma, y donde el papel de la intérprete de dieciséis años quedaría en el recuerdo de un título plagado de sexualidad, perversión y amoralidad, todo ello a pesar de dar vida a un personaje eminentemente secundario. Y si queremos que no queden fisuras en este cierre decir que Leelee Sobiesky audicionaría en su día para hacerse con el papel de Claudia en Entrevista con el vampiro, el cual acabaría interpretando Kirsten Dunst. Ahora sí, todo encaja.
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