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Jack Dawson es un buscavidas que, en una partida de cartas, logra ganar un pasaje para el viaje inaugural del trasatlántico Titanic. En dicha travesía conocerá a Rose, prometida con un rico aristócrata y de quien se enamorará perdidamente, descubriéndole a su vez todo un mundo nuevo lleno de emociones y sentimientos, hasta que un mastodóntico iceberg se interponga entre el amor de la pareja.
James Cameron arriesgó y ganó. Si bien su ególatra aventura sobre el primer y único viaje del trasatlántico Titanic estuvo de llevar a la quiebra a las productoras Paramount Pictures y 20Th Century Fox por el excesivo coste que supuso, el resultado final no pudo ser más satisfactorio tanto a nivel de crítica como de público, convirtiendo de manera inmediata a sus dos protagonistas principales en estrellas de Hollywood y devolviendo al gran público aquellas epopeyas cinematográficas más propias de décadas pasadas y que tienen en Lo que el viento se llevó su ejemplo más palpable. No hay peros en el trabajo de reconstrucción del imponente navío y mucho menos en la forma en que se muestra en pantalla el espectacular hundimiento, con el maravilloso score musical de James Horner como telón de fondo y con una profusión en los detalles casi enfermiza. Otra cosa es la historia que enmascara tan grandiosa oda al cine como espectáculo, llena de clichés y con un desarrollo de la trama a trompicones. Nada de esto importa sin embargo cuándo llega el momento en que una brecha de agua parte en dos el navío que da nombre a la película y por extensión la de más de mil quinientas almas.
Cameron volvió a anotarse con Titanic otra muesca en su contador personal de éxitos, convirtiéndose con este título más en un generador de fenómenos, ya le sucedería con Terminador 2 volviendo a repetir la jugada años después con Avatar, que en un director de talento, que lo es y mucho. Y todo a pesar de la dichosa polémica sobre si en la tabla cabían los dos protagonistas.
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