CALÍGULA
Cuándo
se habla de películas polémicas dentro de la historia del cine Calígula es uno
de esos títulos fijos que siempre hacen acto de presencia, ya que esta
ambiciosa producción italiana que narra el ascenso y caída de este icónico y conocido
Emperador romano ofrecería en una vorágine capaz de mostrar a un Tiberio consumido
por la sífilis, el desinhibido incesto entre el protagonista y su hermana, una
escena de un parto real, así como explícitas escenas de pornografía y violencia
gráfica que incluían felaciones, castraciones, eyaculaciones, decapitaciones o
evisceraciones, el totum revolutum perfecto para generar una de esas obras
donde el exceso y la controversia serían dos de sus pilares principales. Y no
es para menos si tenemos en cuenta además los nombres ligados a esta producción
y la catarsis en la que acabaría convirtiéndose su rodaje y posterior
postproducción.
Empezaremos
por Bob Guccione, productor de Calígula, quien se asociaría con Franco
Rosellini, sobrino del director Roberto Rosellini, para poder llevar adelante esta
epopeya cinematográfica, siendo a la sazón mecenas de este mastodóntico
proyecto. Guccione era editor de la revista erótica Penthouse, la cual llevaría
al extremo esa idea de fusionar el periodismo y el erotismo ejercida por su más
directa competidora, la más sugerente y menos explícita Playboy. Pero además
Guccione era un apasionado del cine y como tal su obsesión era contribuir a
este séptimo arte con un título que pasara a la historia, siendo la historia de
Calígula el caldo de cultivo perfecto para abordar un título en el que volcar
todas sus filias y pasiones. El dinero no sería un impedimento, multiplicándose
de hecho considerablemente el presupuesto inicial hasta llegar a los veintidós
millones de dólares de capital invertido, lo que acabaría convirtiendo la
película en la más cara dentro del cine independiente. Y con el dinero
llegarían los grandes nombres.
Gore
Vidal no es solo uno de los principiantes ensayistas y novelistas del siglo XX,
sino que su carrera además estaría íntimamente ligada al mundo del cine gracias
a sus guiones para películas como Yo acuso, El zurdo, Ben-Hur, De repente el
último verano, El mejor hombre o ¿Arde Paris? El escritor vio en la película y
en el personaje una oportunidad de auténtico lujo para poder abordar temas como
la codicia, el poder o el libertinaje, ofreciendo de esta manera un relato que
aborda la decadencia de la Roma clásica. Con Vidal en el proyecto el realizador
Tinto Brass presentaría sus credenciales para sentarse en la silla de director.
Brass venía de filmar la exitosa Salon Kitty, un título que de alguna manera
trataba temas similares a los de Calígula sustituyendo la Roma Imperial por la
Alemania Nazi. Además, sus maneras como erotómano de pro encajaban a la
perfección en la visión que Guccione tenía de la película y que apuntalaba
buena parte de la trama en un elevado componente erótico y sexual, a la postre
el estilo manejado por Guccione en su éxito empresarial como editor. Y si a los
nombres de Vidal y Brass sumamos el inconmensurable talento visual de Danilo
Donati como director artístico y un elenco de intérpretes de la talla de
Malcolm McDowell, Peter O´Toole, John Gielgud o Helen Mirrer, todo hacía
presagiar un resultando cuando menos notable a nivel artístico. Sin embargo,
todos estos nombres desconocían las verdaderas intenciones de un Guccione cuyo
máximo interés no era relatar los estertores de una Roma en decadencia, sino
que lo que ansiaba ante todo era el exceso en las formas, llegando a este de la
manera que fuera.
Así,
desde que se inició el rodaje hasta que la película finalmente fue estrenada
hubieron de pasar tres años. Sin embargo las disputas y desavenencias
comenzarían mucho antes. Gore Vidal, solicitaría la retirada de su nombre del
proyecto alegando que no se estaba respetando el material por el escrito,
incluyendo el alto contenido homosexual de su relato, y ello a pesar de cobrar
cerca de un cuarto de millón de dólares por su guion. Pero sería María
Schneider quien daría una pista más acertada de lo que estaba teniendo lugar en
el set de rodaje, ya que la actriz de El último tango en Paris y encargada de
encarnar a Drusila, hermana de Calígula, abandonaría abruptamente la filmación
literalmente asqueada por el contenido de las escenas en las que se la estaba
obligando a participar. Su partida supondría la llegada al rodaje de Teresa Ann
Savoy, quien ya había protagonizado la anteriormente citada Salon Kitty y que
volvería a filmar todas las escenas en las que Schneider había participado
antes de su espantada. Pero eso no sería todo, ya que Peter O´Toole filmaría
todas sus escenas drogado, mientras que los sets de rodaje se llenaban de
figurantes desnudos y en extravagantes posiciones sexuales, siendo en el caso
de ellos el tamaño de sus atributos uno de los requisitos principales a la hora
de aparecer en plano. Pero lo peor todavía estaba por llegar. Y es que a pesar
de lo que pudiera parecer Tinto Brass estaba más volcado en ofrecer una cinta
de arte y ensayo con una carga de crítica social patente, que provocara e
incomodara al espectador, sí, pero no limitándose a mostrar en pantalla toda
una colección de escenas de desnudos y secuencias de corte sexual. Eso no gusto
a Guccione, quien de hecho además de millones de dólares había aportado a la
película más de una decena de las mejores chicas Penthouse que el director
estaba desaprovechando. Así que el productor y responsable principal de la
película tomaría la delantera, y junto a un nuevo director, Giancarlo Lui,
filmaría numeroso material abiertamente pornográfico que incluiría en el
montaje final no sin antes despedir a Tinto Brass por sus desavenencias a la hora
de sumar toda esta colección de secuencias al metraje a estrenar, las cuales incluían
sexo con enanos, masturbaciones, felaciones, escenas de lesbianismo o
penetraciones. Es por ello que el director italiano únicamente figura
oficialmente como responsable de la fotografía. En medio de todo este caos y
una vez visto el resultado final los actores principales empezaron a
manifestarse al respecto. John Gielgud directamente se disculparía públicamente
por participar en tamaña aberración mientras que Malcolm McDowell incitaría a
no ver la película mientras declararía posteriormente que Calígula supuso su principal
freno a la hora de convertirse en estrella. En este maremagno de oposición solo
la actriz Helen Mirrer ha defendido su participación en lo que considera “una
mezcla irresistible de arte y genitales”.
Y
a pesar de todo y de todos la película se convertiría en un éxito en taquilla,
y eso que, o bien sería prohibida en numerosos países, o bien se estrenaría en
otros con calificación X, lo que no impidió hacer de Calígula una de las cintas
independientes más rentables de la historia. A lo largo de los años el ingente material
filmado por Brass, casi cien horas, así como los insertos pornográficos de
Guccione y Lui, han permitido el montaje de diversos cortes que oscilaban entre
la hora y media y las dos horas y media, siendo la última de estas versiones la
denominada Calígula: The ultímate cut, un montaje orquestado por el productor
Thomas Negovan de cerca de tres horas que elimina todo el material pornográfico
y que supone una visión totalmente diferente a lo mostrado hasta ahora, y es
que de hecho no utiliza una sola toma ni fotograma de las versiones vistas
hasta ahora.
Y llegados a este punto únicamente basta dirimir una idea, ¿es Calígula una obra aberrante y deplorable tal como se apunta desde ciertos sectores de la crítica y público o es un interesante y estimulantemente visual fresco sobre el poder sin límites y lo que ello conlleva a nivel moral y ético? Pues lo mejor de todo es que es ambas cosas a la vez, siendo en ese sentido un recomendable título que, aunque no apto para todo tipo de espectadores, supone una aproximación visceral, sin filtros y descarnada en todos los sentidos a una figura histórica tan icónica como desconocida, siendo igualmente uno de esos títulos que remueven e incomodan a partes iguales. Y que eso se consiga hoy día en una sala de cine ya es motivo para sentarse en la butaca.
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