viernes, 18 de abril de 2025

LA CARA B DE HOLLYWOOD

LA ISLA DEL DR MOREAU

Son varias las adaptaciones para cine y televisión que de la novela de H.G.Wells La isla del Dr. Moreau se han llevado a cabo, siendo las más conocidas la película de 1933 protagonizada por Charles Laughton y Bela Lugosi, la versión de 1977 con Burt Lancaster y Michael York en los papeles principales y el título que nos ocupa, el cual para su desgracia ha tenido a bien ser recordado por elementos que poco tienen que ver con las cualidades fílmicas de esta producción que a priori debiera haberse constituido como la gran adaptación cinematográfica de este relato.

A mediados de la década de los noventa Richard Stanley, un director y guionista Sudafricano que se había dado a conocer con películas dentro de la ciencia ficción de serie B como eran Hardware, programado para matar y El demonio en el desierto, por fin alcanzaría su sueño de dirigir la adaptación de la celebérrima historia escrita por H.G.Wells en 1895. Llevaba cuatro años peleando por llevar a buen puerto un guion escrito por el mismo y con el que trataba de dar a la novela de Wells su mejor adaptación cuándo New Line Cinema daría luz verde a la producción, teniendo a bien además el contar con este joven de treinta años para encargarse de dirigir el mismo la película. La incorporación del gran Marlon Brando dando vida al mismísimo Dr. Moreau haría que aumentara el presupuesto de este proyecto, llegando a costar un total de cuarenta millones de dólares, una cantidad nada desdeñable en aquel entonces. Es entonces cuando comenzaron los problemas. Marlon Brando haría lo que casi siempre en los rodajes, boicotearlos desde dentro, y eso que a pesar de no querer de inicio que un novato como Stanley dirigiera la película acabaría haciendo buenas migas con él. Aun así, además de no aprenderse una sola línea de guion, lo que obligó al uso de pinganillos para que le fueran recitando sus frases, el hecho de congeniar a las mil maravillas con el actor aquejado de enanismo Nelson de la Rosa devendría en la imposición de Brando de compartir prácticamente todas sus escenas con el intérprete dominicano haciendo además que ambos vistieran de igual forma en cada una de las secuencias compartidas. A todo esto no serían raras sus no comparecencias al rodaje, especialmente a raíz del suicidio de su hija Cheyenne, tragedia que tendría lugar en plena filmación de la película. Pero quien arruinaría la participación de Richard Stanley en su propia película no sería Brando sino un Val Kilmer que por aquel entonces ya tenía fama de complicado en los rodajes y que impondría a los productores de la película un cruel ultimátum, o Stanley o el. Así que de manera fulminante Richard Stanley sería despedido y acompañado hasta el aeropuerto de la isla australiana en la que se estaba llevando a cabo la filmación, debiendo embarcar en un vuelo que nunca tomó. Pero eso se entenderá más adelante.

Para suplir la ausencia de Stanley se decidió contratar a un director de la vieja escuela como era John Frankenheimer, reaizador de títulos como El mensajero del miedo, El hombre de Alcatraz, French connection 2 o El pacto del Berlín, confiando los responsables de la producción que un director de la veteranía de Frankenheimer supiera lidiar entre el duelo de egos que se evidenciaba entre Brando y Kilmer, uno representante del Hollywood clásico y el otro exponente de esas nuevas estrellas surgidas en los ochenta y primeros noventa. Pero nada se pudo hacer ante la pelea de gallos en la que se convertiría la producción, lidiando ambos intérpretes por ver quién era el más excéntrico de los dos y llegando el propio Frankenheimer a hacer pública su animadversión por Kilmer. Entre medio de esta batalla campal se encontraban los intérpretes David Thewlis y Fairuza Balk, y si mientras en el caso del primero fue advertido por el propio Brando de que abandonara una producción que el intérprete de El padrino consideraba maldita, en el caso de la actriz de Jóvenes y brujas llegaría realmente a intentar huir del rodaje siendo interceptada por miembros del equipo a tiempo y obligándola a cumplir con sus obligaciones contractuales.  

Pero el rodaje de La isla del Dr Moreau no solo se convertiría en un infierno por lo imposible que era el trabajar con dos de los actores más complicados de la Historia del Cine, sino que hay que sumar una serie de factores adicionales de esos que propician un título acabe considerándose maldito. Las localizaciones de la película tuvieron lugar en la jungla tropical de Cairns, en Australia, siendo el lugar azotado durante la filmación por huracanes e inundaciones varias. Asimismo no serían pocos los miembros del rodaje aquejados de enfermedades tropicales, y la entrada de droga en la filmación para intentar apaciguar unos ánimos alterados por las adversidades devendría en unas fiestas pasadas de vueltas y con ecos de bacanal protagonizadas por integrantes del equipo técnico y artístico. Y en medio de todo este caos una serie de episodios con toda la parafernalia propia de un sabotaje interno y que efectivamente estaba llevando a cabo un Richard Stanley que como apuntábamos nunca llegó a abandonar el lugar de rodaje y que llegaría a boicotear desde dentro algunas secuencias de la película ataviado como uno de los extras que daban vida a las diferentes criaturas del Dr. Moreau. Todo ello en aras de cumplir la promesa que hizo toda vez fuera despedido de malas formas de su propio proyecto, siendo esta la de convertir el rodaje en un infierno.

Probablemente todos estos factores contribuyeran de manera determinante a que la película cuente con un halo de bizarrismo que hace de su visionado una experiencia que si bien recoge todo ese caos en el que se convirtió la filmación, la ha acabado por convertir igualmente en la versión más oscura y adulta de la historia de Wells, siendo esa desde el principio la visión que quería Richard Stanley que tuviera su película. Así que de alguna manera sería el director despedido quien acabaría ganado la batalla frente a unos productores que nunca recuperarían su inversión y unos intérpretes que renegarían sistemáticamente de un título que pesa como una losa en todas y cada una de las filmografías de quienes participaron de este rodaje. De esta manera el infierno ideado por H. G. Wells en 1895 tendría su propia versión exactamente un siglo más tarde.  

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